martes, 20 de enero de 2015

Se pierden

Si hay algo que me ha quedado claro hoy es que las púas de las guitarras se pierden. Sí, se pierden. Se ve que son como los calcetines desparejados o las horquillas del pelo. Se extravían y nunca aparecen. Son casos sin resolver, sucesos que proponer a Iker Jiménez para su programa.
Fotakah toh reshulona de las púas de mi shurmana

Estoy tan convencida de que las púas de las guitarras se pierden porque a falta de una opinión me han dado cuatro en menos de tres segundos. De cuatro personas diferentes. Una detrás de otra como mazazos sobre mi cabeza al más puro estilo Guaca Mole. 

Por si no sabéis a qué me refiero
La cuestión es que volvía del centro de hacer unas compras junto a mi hermana cuando mi sister se ha acordado de que no tenía púas. “Pero si tenías una bolsa llena”, le digo. “Sí, pero se me han perdido”, me contesta ella. “¿Cómo se te van a perder?”, le replico. “Se pierden”, me ataja. La cosa se queda de momento ahí, sin más ni menos. 

Entramos en la tienda de música Bosco de la calle Cádiz y un dependiente, un chico joven con look rockero, nos atiende. “Mira, querría unas púas blandas para una guitarra acústica. Cuando compré la guitarra aquí me las regalasteis. No sé la dureza, sé que eran grises”, relata mi hermana con soltura. Yo observo y disfruto del sonido de una guitarra eléctrica que llega del fondo de la tienda. El dependiente intenta hablar por encima de las notas musicales y adoctrina a mi hermana sobre las diferentes durezas de las púas. Mientras el chico saca las púas de una caja de plástico con diferentes compartimentos donde las tiene ordenadas, otro dependiente y otro cliente se colocan a nuestro lado en el mostrador. Es entonces cuando yo, la experta en música, hago aparición en escena. 

—No lo entiendo, ¿cómo se van a perder las púas? En algún lugar estarán, ¿no?

Y ¡atención!, lo siguiente ocurre en tres segundos, os lo juro.

—A mí se me pierden —dice mi hermana.

—Se pierden —suelta el dependiente que nos atiende.

—Inexplicablemente se pierden —lanza el otro dependiente.

—Y tanto que se pierden —corrobora el cliente.

Intentando escapar de los mazazos que me han ido cayendo uno tras otro sobre la cabeza, agacho la mirada y confirmo:

—OK, se pierden.

A todos se nos escapa una sonrisa de los labios, a ellos por experiencias compartidas, a mí por quedar como una gilipollas y recibir mi merecido.

Por muchas más púas que se te pierdan, hermana. Que la música siga llenándote el corazón y que la música que generas siga llegando a mis oídos.

¡Viva la música!

¡Vivan las guitarras!

¡DEP por las púas perdidas!

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