Alger
siempre llega en el momento menos adecuado, da igual lo que estés haciendo
porque ella te joderá el día. Sí. Alger es así de simpática. ¿Por qué es tu amiga entonces? Porque me la han impuesto. ¿Quién? La naturaleza. ¿Alger es agresiva? Ehm, ¿lo dices por la lanza? No, no es
agresiva, pero te mete cada puñalada en el bajo vientre que te hace retorcerte
de dolor. ¿Te hace sangre? Sí, una poca. ¿Entonces? No te preocupes, es amistosa.
Aquel
día Alger llegó temprano, de hecho me despertó de mi placentero sueño, su
llamada insistente a la puerta me revolvió las entrañas. Con mal humor me
levanté y fui a saludarla.
—¿Tú
otra vez? —renegué.
—Como
cada mes amiga mía —sonrió feliz.
—La
alegría de la huerta —bromeé.
Antes
de que dijera "pasa" se coló en mi confortable hogar.
—Supongo... —dije—,
que querrás que te prepare la cama.
—Así
es —confirmó—. Para cinco días, quizá seis. Si no quieres extender la cama
me conformo con el saco de dormir, me meto dentro y punto. Te prometo no causarte
la menor molestia esta vez, sé que el último mes anduve algo toca-ovarios.
—¿Me
lo dices o me lo cuentas? —pregunté enojada.
—Te
recomiendo que te tomes un paracetamol para aliviar el dolor, voy a estar
taladrando un poco y puede que las ondas te mareen.
Le
hice caso, me tomé un paracetamol y me acosté de nuevo. La muy hija de puta
taladró y taladró durante las siguientes doce horas, para mi fortuna se detuvo
para continuar con su estancia junto a mí en el más apacible de los
reencuentros.
Cuatro
días después al llegar a casa casi ni percibí su presencia, sigilosa se
mantenía en su cama descansando las últimas horas de su ciclo de regulación
hormonal. Un día más tarde se marchó sin decir adiós, pero no sentí lástima
porque sabía que Alger volvería 30 días después, 720 horas de tranquilidad y
liberación que intentaría disfrutar al máximo.
NOTA DE LA AUTORA
Este
relato se lo dedico a todas las mujeres. Mujeres que sufren los achaques
propios de su sistema hormonal y de su período. Hay meses que son insufribles,
otros que son más llevaderos, pero hemos de aprender a convivir con él, a que
los hombres hablen sobre él sin tan siquiera conocer qué ocurre en nuestros
cuerpos, sin preguntarnos qué sentimos o cómo nos encontramos. Es nuestra
batalla y la vamos a ganar. ¡Va por ti Alger!
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