sábado, 16 de mayo de 2015

LAS FLORES


LAS FLORES

Son las once de la mañana de un nublado día del mes de julio y Carol llega tarde a su cita. Como siempre desde que las niñas gobiernan su vida, se retrasa. En todos los casos se propone ser puntual, llegar a la hora acordada, pero aunque comience las tareas una hora más temprano de lo habitual, no sabe cómo los planetas se alinean para que algún infortunio le ponga la zancadilla y el tiempo vuele. Por poner un ejemplo, hace un rato la mayor de las hijas se ha apoderado de un pintalabios y ha decidido decorar con flores el impoluto vestido blanco que portaba (y por flores entiéndanse garabatos sin sentido).
—Me gustan las flores, mami —dice la niña.
—A mí también me gustan, princesa, pero el vestido no es el lugar adecuado donde dibujarlas. Cuando quieras pintar, avisas a mami y mami te da una hoja para pintar, ¿sí?
—Sí, mami.
Tras la conversación, Carol busca en el armario otro vestidito que conjunte con las sandalias y propone, con buenos modales, que se lo ponga su hija. En ese mismo instante empieza la sangrienta batalla y no es sangrienta porque vayan a producirse daños físicos, sino porque las venas laten fuertes y punzantes las sienes de la periodista. Cuatro apuñalamientos son suficientes para que ceda y la niña lleve en su cuerpo un vestido rosa chicle que le viene pequeño, porque prefiere que su hija vaya a su peculiar gusto antes que sufrir un ictus.

lunes, 4 de mayo de 2015

LA PUBERTAD JUNTO A SALAS


[CAROL] LA PUBERTAD JUNTO A SALAS 
(Capítulo eliminado de Vuela Libre Osito)

El lunes por la mañana me despertó el teléfono móvil y maldije el momento en el que no lo apagué. Gruñí al aparato intentando hacerlo callar con mis poderes temperamentales, pero no tuve la suerte de conseguirlo. El sonido cesó y mi interés por saber quién llamaba se incrementó. Así el teléfono y comprobé que la llamada entrante era de mi hermana (la simpática y con pecho). Por un instante casi le devolví la llamada, pero el orgullo se apoderó de mis dedos. De todos modos, no hizo falta, Elena volvió a insistir y esta vez respondí.

—¡Buenos días, par de melones! —saludé balbuceando—. Estoy de vacaciones, te agradecería que me dejaras dormir hasta por lo menos las diez de la mañana.

—Son las diez de la mañana —apuntó socarrona mi querida hermana.

—Vaya —me lamenté.