domingo, 25 de mayo de 2014

MI SALIDA


Eran apenas las once y media de la mañana cuando salí del despacho en dirección a casa. Estaba agotada, cabreada y en un nada apacible “coitus interruptus” creativo. No tenía energías para enfrentarme a esas estupideces. Cerré la puerta del coche, cerré los ojos, cerré la boca, contraje la vagina y juré hacer lo posible para no sacar del bolso la mini navaja que me regaló mi padre y emprender la terapia de choque con el cojín preferido de Tony. No tenía humor ni para siquiera abrir los ojos, así que mucho menos para pillar el coche, sumergirme en las aguas turbulentas del mar bravío que suponían las calles de una ciudad como Valencia a esas laborables horas y conducir, volante en mano cual espada, luchando contra todos los espartanos que se jugaban la vida calzados en sus respectivos coches. Pero tenía y debía volver a casa porque el inútil de mi marido se había puesto nervioso al no conseguir darle la medicación a nuestra hija. 

—¡Te voy a matar, abominable! —grité encerrada en el coche mientras subía el volumen de la radio hasta que mis pensamientos fueron muteados. 


Una canción de ritmo latino con base musical similar a ♫pum, chimpum, chimpum♫ colapsó mi sistema auditivo cual tortura inquisitorial, pero me supo a gloria frente al monólogo blasfemo que se estaba redactando solo en la máquina de escribir que tenía alojada de serie en el cerebro. ¡Virgencita! ♫Oh, sí, nena, cuando tú y yo, estamos juntitos. Me miras, me tocas, me haces soñar. Te huelo, te pruebo y empiezo a volar♫. Aquella canción me daba como argumento para otra novela de amor, desamor, sexo y descontrol emocional. Vamos, de esas que se me daban mustiamente regular dar forma, pero que, ¡oye!, pagaban mis facturas. 

Nada más incorporarme a la circulación recibí un regalo auditivo. Tuve la suerte de encontrarme conectada a la emisora de radio con el peor conductor de radiofórmula de España, porque explícame en qué escuela de pincha discos enseñan a mezclar una canción de zumba, zumbera, para zumbar con un temazo orgásmico de rock. Aunque bueh... que no me vengo a quejar, la verdad, porque un tema de los Fall Out Boy era igual a una Carol más cachonda que una gata en celo. Estaba tan caliente como las canciones que saben lo que hacemos en la oscuridad, ¡enciéndeme! Y no es que me haya vuelto loca, es que la canción se llama así “My songs know what you did in the dark (light ‘em up)”. ¡Uf! ¡Si las canciones supieran! ¡Madre mía si supieran todo lo que me hace mi hombre! 

Inmersa en el orgasmo largo, rasgado e intenso de la canción, entré en la rotonda de los anzuelos y mis alertas de tiburón vial saltaron. A mi lado, un Polo negro acababa de tirárseme encima, quedando a un pelo de Barbie de rozar la chapa y pintura de mi bien preciado Cayenne. Desde mi asiento de visión soberbia, miré oblicuamente, con fiereza y ojos de ninja, al coche que acababa de jugársela con la menos indicada. En un suspiro insultante el Polo se colocó delante, invadiendo mi carril y mi trayectoria, y, por supuesto, mi ego y orgullo como conductora agresiva, pero competente. Aquel descarado lance me provocó una taquicardia y decidí sacar a pasear los caballos del Porsche. Sin dudar un segundo, abrí mi zurrón y saqué la zanahoria atada a un palo para colocarla a escasos centímetros de los ollares de mis animales. Una pulsión certera y rápida en el acelerador activó el motor de mi coche y con un volantazo, precedido de una rápida mirada al retrovisor, me dio la ventaja de adelantar, por la derecha y en plena rotonda, al Volkswagen. No exagero cuando aseguro que aquello humedeció mis braguitas de Peppa Pig (cosas de mi hija mayor, ¡lo juro!). 

Dos segundos después girábamos en paralelo y a toda pastilla la rotonda. Una mirada sesgada no me permitió descubrir la identidad de mi competidor y el mal genio tomó turno para instalarse en mi humor. La adrenalina del momento no me cegó y, sin dejar de intentar encontrar una cara a través de miradas furtivas, puse el intermitente y me desvié salvajemente hacia la derecha para tomar mi salida al más puro estilo Cameron Díaz en “La boda de mi mejor amigo”. Esa breve maniobra me despistó, porque cuando quise reconectar con el Polo, éste ya no estaba a mi vera, verita mía. Golpeé el volante con fuerza un par de veces y descuidé el acelerador, aminorando la velocidad.

No había terminado ahí la partida, el ángulo muerto me había jugado una mala pasada. De repente el Polo apareció a mi lado cual nave espacial teletransportándose. Mi corazón recobró el ritmo cardíaco de combate e hizo que las yemas de los dedos de mis manos hormiguearan. El Polo encendió el intermitente derecho y, sin darme tiempo a negarme al adelantamiento, viró en mi dirección colándose desde el carril de mi izquierda hasta el de mi derecha. ¡Una obra de arte! ¡Un movimiento maestro! Tuve ganas hasta de aplaudirle, puede incluso que llegaran a sonar palmas, obviamente no provenían de mis manos. 

El semáforo que teníamos enfrente cambio a rojo y ambos, con nuestra vanidad por las nubes (él más que yo), nos detuvimos. Entonces es cuando pude descubrir quién acababa de darme una lección magistral de conducción temeraria. Mis ojos se abrieron de par en par y mi mandíbula inferior se desencajó. 

—¿Pero qué coño? —emití entre balbuceos (por mi mandíbula desencallada). 

¡Y qué coño! ¡Era una mujer! ¡Una diosa! ¡Mi ídolo! 

Sin saber muy bien qué decirle entre palabras inaudibles y gestos, convine que lo mejor era elevar los pulgares en señal de buena jugada. Supongo que ella intuyó que alguien la estaba reclamando con movimientos de gilipollas, porque volvió la cabeza en mi dirección y me miró sorprendida por mi mensaje. No sé muy bien qué entendió, la cuestión es que se giró como una loca hacia el asiento del copiloto e inició una serie de espasmos enajenados que no me gustaron un pelo. Mi imaginación echó a volar cual mariposilla recién salida de la crisálida y un fogonazo proveniente de una pistola disparándose me iluminó los pensamientos. 

Diez segundos después la chica regresó la vista hacia mí y estampó contra la ventanilla mi libro Vuela Libre Corazón. No pude más que romper en carcajadas y, encogiendo los hombros con las palmas de las manos hacia el techo, reconocí que era la culpable de aquello. La muchacha llevaba mi novela en el bolso, ¡eso se merecía un monumento! 

El semáforo cambió a verde y los coches que esperaban tras nosotras iniciaron una comparsa con sonata de lo más desagradable. Con una sonrisa y un saludo con la mano, me despedí de la mujer y aceleré por la avenida Ausiás March dado que no había otra opción. La única salida era volver con aquel inútil y abominable marido que me esperaba en casa para solucionar lo que él no sabía atender, pero no había dolor, esa preciosa salida era lo único que me inspiraba para que cada día sacara de mi puñetera mente toda aquella serie de idioteces que volvía a locas al volante, como la del Polo, todavía más tarumbas si cabía.

La protagonista de este relato es Carolina Pérez, personaje de la novela "Vuela Libre Corazón"

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