miércoles, 5 de noviembre de 2014

Joystick


Diez de la noche. Aburrimiento máximo. Panza llena. Postura inmejorable en el sofá. Móvil en mano. Ganas de estudiar: cero. Ganas de follar: siete. Padre sentado al lado. ¡MEC! Ni mimar el clítoris puedo. Bueno, siendo quisquillosa, podría hacerlo en mi cama, en Rockland, pero saciar el calentón en el sofá del salón es tan sugerente… El inconveniente está a mi derecha. ¿Qué pensaría mi padre? ¿Qué haría? ¿Qué diría? Estoy muy tentada de hacer la prueba, sobre todo por ver la reacción en su jeta. De hecho hasta me atrevo. Pues sí, ¡qué coño! Bajo la mirada a mi mano libre que descansa en el muslo cerca de mi entrepierna y llevo los dedos lentamente al monte de Venus (me gusta llamarlo coño, pero no quiero sonar grosera). El atrevimiento me altera la respiración y me muerdo el labio inferior de emoción. No sé qué daño cerebral sufro en aquel instante, pero la cara de cierto angelito se cruza por mi mente (ganas de follar: nueve) y un suspiro quejumbroso se escapa por mi boca.
—¿En quién piensas, suspiros de España? —pregunta mi padre, quien ha pausado su partida de “The Last of Us” y acaba de mirarme a la cara. ¡A la cara de perra cachonda que tengo!
—¿En quién? —cuestiono a un volumen excesivo mientras me incorporo para disimular—. En nadie papá, sólo pienso en el examen de matemáticas de mañana.
—No te pongas a la defensiva con papi, chiquitina mía —suelta juguetón y guiña un ojo.
Su semblante hijoputil me recuerda al jorobado de Notre Dame, sobre todo después de imaginármelo tras recibir una somanta de puñetazos verbales acabados en “para ti papi, firmado: tu chiquitina” en la cara.
—¿Chiquitina mía? —pregunto con tono de querer suicidarme inmediatamente—. Si no fueras mi padre y te tuviera respeto te mandaría a tomar por donde amargan los pepinos.
—La simpatía encerrada en un cuerpecito de mujer. No te entretengo más —palmea mi muslo—. Vuelvo a la partida. Sigue tocándote.
Decido callar y mirar con generoso desprecio el cuerpo unido a la polla de la que salió el espermatozoide que dio comienzo a mi vida junto al tierno y maduro óvulo de mi madre. Tengo muy entrenado ese contacto visual. “The eye of the tiger” le llaman los anglosajones. Mi padre sonríe y después rompe a reír. Contraigo el gesto y aprieto la mandíbula, no puedo reírme, no ahora. Como si fuera la mala de la película agacho la cabeza y endurezco la mirada sin pestañear. Incluso adorno la escena con un feroz gruñido sacado desde el fondo de mi garganta.
Tres segundos después mi padre ha retomado la partida e ignora mi absurda escenita. Sonrío y me estiro de nuevo en el sofá con la libido neutralizada. Momento para recordar y que contar a los nietos: “Cómo vuestro bisabuelo pilló a la abuela tocándose el chichi mientras pensaba en vuestro abue…” ¡ESPERA! ¡QUIETO AHÍ, CEREBRO! ¡BORRA! ¡BORRAAAAAAAA!
Quiero olvidar eso, ¡ESO con ESE! Desvío la vista a la pantalla de la tele. ¡Necesito distracciones! ¡Videojuegos! ¡Sí! ¡SÍ! Nunca he sentido deseos de jugar a ninguno y eso que tengo acceso a miles de títulos. Mi padre es un friki de cuidado, y no de ahora, de siempre. Antes de heredar la dirección del hotel, allá por la época en la que no estaba ni pensada, mi padre aspiraba a vender un videojuego que había desarrollado con otros dos amigos. No es que tomar las riendas del hotel le impidiera seguir con aquel sueño, pero mi madre se irguió como gran protagonista de la trama principal de la vida de mi padre y puede que mi llegada poco después también sumara puntos de recompensa. Él era la amalgama que mantenía unido el trío de desarrolladores y sin él el asunto se fue de madre. La mente femenina del proyecto, la espectacular pelirroja SuperBárbara, se encontró  más a gusto comiendo una gustosa chirla entre las piernas de Jennifer Vera, famosa actriz y madre de Chloe y Leo, que programando el puñetero videojuego que les tenía que hacer muchimillonarios; y el tercero en discordia continuó su friki vida de gay reprimido en los Estados Unidos, allí de donde era.
—¿De qué va esa mierda de juego? —pregunto con mucho interés (ironic mode: OFF).
Mi padre ni se inmuta, con la mirada puesta en la pantalla, pulsa los botoncitos del mando. ¡Qué hábil es con las manos! Ahora entiendo porque mi madre es tan feliz. Qué dominio de los pulgares. Sigue sin responder. No contesta, en ese momento está dando para el pelo a una panda de tipos armados con escopetas. La conversación que mantienen es de lo más enriquecedora.
—Es un… survival… horror… —va contando mientras lanza hachazos a diestro y siniestro—. Básicamente… acción y… aventura…
—Ajá —confirmo que he entendido el mensaje. Traducción: ni puta idea.
—Los personajes me chiflan —respira aliviado al dejar el suelo virtual repletito de cuerpos sangrientos—. Ellie me recuerda a ti y… ¿no le tengo un parecido razonable a Joel?
Observo la imagen y me fijo en el hombre que se encuentra parado en mitad de un salón de una casa abandonada. Tiene unos cuarenta y pico años, lleva el pelo corto y look desenfadado, barba de tres días, mirada profunda… atractivo en definitiva. Y sí, podría decirse que encaja perfectamente en la descripción de mi padre.
—¡Más quisiera ese! Tú eres mucho más guapo —sincero sonriente.
—¿Ah, sí? —pregunta ilusionado porque le haya dedicado lindas palabras.
—Ajá. De hecho sería extraño decir que mis bragas se carbonizan al verle dado el parecido que tienes con él.
—Manojo de hormonas revolucionadas.
Mi móvil suena, es un WhatsApp de Eric.
“(icono de ballena) lee este artículo, te hace falta. http://codigonuevo.com/cosas-que-las-mujeres-nos-haceis-en-la-cama-y-no-nos-pone-nada”.
Mi sed de curiosidad se apodera de mis dedos y clico en el enlace. El navegador se despliega con rapidez y carga la página a velocidad ultrasónica (maravilloso WIFI). “Cosas que las mujeres hacéis en la cama y no nos ponen nada” un artículo de Adrian Green. El título promete. Leo. Sonrío. Leo. Mastico una risa. Leo. Llego a “Nuestro pene no es un joystick”. Suspiro ante tanta tontería leída y enfilo el siguiente párrafo. Adrian dice: “Está claro que nadie nace aprendido y que, al igual que las mujeres, nadie nos va a tocar tan bien como nosotros mismos, pero las mujeres no tienen ni p*** idea de hacer una paja y ya de comérnosla ni hablemos”. Y es leer eso y descojonarme. ¡Puto Eric! Decido detener la lectura en ese punto y, siendo una total irresponsable, llamo a mi amigo.
—¿Quieres que implosione mi cerebro por la acumulación de tanta sandez?
Eric no contesta, rompe a reír. Mi padre desvía la mirada un segundo, pero enseguida sigue dando hachazos con el buenorro de Joel.
—Me resulta muy gracioso que el capullo este diga que las mujeres no sabemos hacer una paja si la compara con la que puede hacerse él mismo, pero, ¿con qué compara las mamadas? ¿Él mismo se la chupa? O mejor, ¿un tío se la ha chupado? ¡Gaaaaaaaaay!
—¡Gaaaaaaaay! —repite Eric despollado—. ¡Cómo me gusta escucharte palabras sucias, mi niña!
—Príncipe Eric, con lo tranquila y relajada que estaba siendo mi noche.
—Sólo le di un punto picante, mi amor. ¿Pero sabes? Ese tío no tiene ni idea, tú nunca has hecho nada de lo que dice ahí. Haces unas pajas de morirse y la comes como una diosa.
No fui consciente del volumen del auricular del teléfono hasta que mi padre se giró a cámara lenta y me miró con el ceño fruncido. Al final el experimento de tocarme había quedado en una nimiedad, ¡esto era mucho mejor!
—Eric, te invito mañana a desayunar en casa, mi padre quiere decirte unas cuantas cosas.
—¿Qué me quiere decir tu padre? —cuestiona interesado.
—No sé, tú vente, será divertido.
—Como aparezca por casa le corto lo que le comes como una diosa —suelta mi padre claramente molesto.
—Espera… —susurra Eric—. ¿Me ha escuchado?
—Alto y claro, me temo.
Ambos nos descojonamos. Tras tres minutos de risas, cuelgo. La cara de mi padre es un poema. Sonrío para quitarle cariz al asunto y me inclino para besarle en la mejilla.
—Al final tenemos algo en común, papá. A los dos nos gusta jugar con joysticks.

La protagonista de este fragmento es Verónica Crave, personaje de la novela "Guarda TusBesos"

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