jueves, 29 de octubre de 2015

TEMBLANDO DE FRÍO



Temblando de frío



Muero esperándote en casa, recordando las mentiras que dijiste sobre que estaríamos juntos para siempre. No sé cómo lo has hecho, pero la simple luz en contacto con mi piel me resquebraja en mil pedazos. Y duele.


Seguramente te parezca exagerada, incluso psicótica, pero de verdad estoy muriendo, me estoy apagando y no dejo de llorar al recordar lo que eras, lo que éramos… Y tiemblo, pero no de emoción, sino porque eres tan…

sábado, 16 de mayo de 2015

LAS FLORES


LAS FLORES

Son las once de la mañana de un nublado día del mes de julio y Carol llega tarde a su cita. Como siempre desde que las niñas gobiernan su vida, se retrasa. En todos los casos se propone ser puntual, llegar a la hora acordada, pero aunque comience las tareas una hora más temprano de lo habitual, no sabe cómo los planetas se alinean para que algún infortunio le ponga la zancadilla y el tiempo vuele. Por poner un ejemplo, hace un rato la mayor de las hijas se ha apoderado de un pintalabios y ha decidido decorar con flores el impoluto vestido blanco que portaba (y por flores entiéndanse garabatos sin sentido).
—Me gustan las flores, mami —dice la niña.
—A mí también me gustan, princesa, pero el vestido no es el lugar adecuado donde dibujarlas. Cuando quieras pintar, avisas a mami y mami te da una hoja para pintar, ¿sí?
—Sí, mami.
Tras la conversación, Carol busca en el armario otro vestidito que conjunte con las sandalias y propone, con buenos modales, que se lo ponga su hija. En ese mismo instante empieza la sangrienta batalla y no es sangrienta porque vayan a producirse daños físicos, sino porque las venas laten fuertes y punzantes las sienes de la periodista. Cuatro apuñalamientos son suficientes para que ceda y la niña lleve en su cuerpo un vestido rosa chicle que le viene pequeño, porque prefiere que su hija vaya a su peculiar gusto antes que sufrir un ictus.

lunes, 4 de mayo de 2015

LA PUBERTAD JUNTO A SALAS


[CAROL] LA PUBERTAD JUNTO A SALAS 
(Capítulo eliminado de Vuela Libre Osito)

El lunes por la mañana me despertó el teléfono móvil y maldije el momento en el que no lo apagué. Gruñí al aparato intentando hacerlo callar con mis poderes temperamentales, pero no tuve la suerte de conseguirlo. El sonido cesó y mi interés por saber quién llamaba se incrementó. Así el teléfono y comprobé que la llamada entrante era de mi hermana (la simpática y con pecho). Por un instante casi le devolví la llamada, pero el orgullo se apoderó de mis dedos. De todos modos, no hizo falta, Elena volvió a insistir y esta vez respondí.

—¡Buenos días, par de melones! —saludé balbuceando—. Estoy de vacaciones, te agradecería que me dejaras dormir hasta por lo menos las diez de la mañana.

—Son las diez de la mañana —apuntó socarrona mi querida hermana.

—Vaya —me lamenté.

sábado, 7 de marzo de 2015

¡A ZUMBAR COMO LAS MOSCAS COJONERAS!


EXTRA DE LA NOVELA VUELA LIBRE CORAZÓN

A CAROL LE PROPONEN UNA CAMPAÑA DE MARKETING DE UNA MARCA DEPORTIVA.
EL RESULTADO ES MUY COLORIDO.

Son las diez de la mañana, las niñas están en el colegio, mi marido está trabajando y yo estoy en casa tocándome la parrusa a dos manos porque me sale de la pepitilla. ¡Vaga de mierda!, me chillo cual energúmena. Me hago una autopeineta y sigo con lo mío. Además, no es que no haya hecho nada, ya he hecho la compra: fruta, verdura, pollo, conejo, bastoncillos para el conejo… todo muy necesario, sobre todo lo último si no quiero ir dejando un camino de baldosas carmesí.

Estamos a martes, día par de la semana, y por el ser el número dos parece que todo está en orden, así que no voy a limpiar. Me da exactamente igual tener ropa para dos coladas, churretones de pasta de dientes en el cristal del baño, pelusas de polvo rodando por el pasillo cual arbusto seco recorriendo el medio oeste. Tengo a la comunista de visita y me merezco un KitKat.

Bajo del tercer piso que suponen los zapatos de tacón y me lanzo en plancha sobre el sofá. “¡No te tires de golpe en el sofá!”, recuerdo las amonestaciones de mi madre. ¡Ay, mamá, qué mal acostumbrada estoy! Pero es mi maldita casa y hago lo que quiero, como con mi pelo. Me arremango el suéter de croquet color cereza y doy palmas de ilusión, ¡qué maligna soy! ¡Qué bien sienta ser una perra holgazana! Poniendo en riesgo la salud de los jeans pitillo que me quedan justos, me estiro como un chicle y alcanzo el portátil que descansa en la mesita baja que tengo a escaso metro y medio. Al ritmo de un autómata bien programado, enciendo el ordenador e introduzco las credenciales que me dan acceso. Desde el viernes he desconectado del correo electrónico laboral y como Emvi no me ha llamado, he de suponer que todo está en regla. ¡Já, bonita expresión para los tiempos que corren entre mis piernas!

“Nos encantas tú y tu forma de escribir. ¿Qué te parece si tú pones la voz y nosotros el equipamiento?”, leo una y otra vez. ¿Va a ser cierto que una marca deportiva me está regalando ropa que embutirme para asistir al gimnasio a cambio de un artículo en mi blog? Vuelvo a leer, debo estar delirando. No, no estoy loca, no menos que ayer. ¿Cómo va a querer, pongamos por nombre, marca de ropa deportiva hipermegacara que le haga una campaña de marketing? ¡Estamos locos o qué! Debe ser un chiste. Yo, Carolina Pérez, regresando al gimnasio. ¡Vaya cruz!

Suspiro cinco veces. Me hiperventilo. Después de eso me miro el culo y maldigo mi estampa. ¡Putos deditos de escritora que aceptan la propuesta contestando el correo electrónico! Hecho. Ahora toca esperar.

Una semana después recibo en mi casa un paquete enorme. Sí, espera, no te hagas ilusiones tan rápido. ¿Sabes qué hay dentro? Monos. Monos de una pieza. Monos que según indican las especificaciones no necesitan sujetador, ni camiseta, ni nada que tape lo horrorosos que son. Ah, espera, es que no te he dicho que uno es amarillo chillón con manchas de tinta azules, el otro rosa con palmeras y el último blanco a rayas negras que nada más verlo generó en mi cerebro el patrón de moiré que por poco no me lleva hasta un coma inmediato. ¡Guau! Por suerte las zapatillas y la chaqueta a juego pasan desapercibidas, son de un nada llamativo rosa chicle con motivos en verde pistacho. En cuanto me lo puse supe que más bajo no podía caer. ¡Hasta mis hijas se rieron de mí! ¡Estupendioso!

El primer día que voy al gimnasio le pido apoyo moral a mi marido. Tony es asiduo y hasta queda con gente para asistir a actividades dirigidas. Me lleva hasta la puerta de los vestuarios de la manita para que no me escape y el muy cabrón, antes de darme un beso en los labios y desearme suerte, me dice que tampoco estoy tan mal, que podría ponerme calentadores y una cintita en el pelo y unirme a una pava que se pasa el día en la sala de fitness a la que han puesto el mote de Violetta, por la nena de Disney. Le propino un puñetazo en el hombro en el que descargo toda mi mala uva y me suelta un “Deberías unirte a la clase de Body Combat. Das hostias como panes, gordi”.

Salir de los vestuarios me cuesta la vida. Me da una vergüenza del copón. En aquella mierda voy embutida cual morcilla de Burgos. Se me marcan los pezones, se me marcan los michelines, se me marca la panza, se me marca la alcachofa, se me marca hasta el tatuaje de la cadera, ¡joder! ¡Quiero morirme! ¡O matarme! Y lo intento mientras me miro en el espejo con cara de asesina en serie.

Un par de chicas que llevan vendas en las manos me miran de arriba abajo y me sonríen. ¡Vaya par de zorras! Parecen pin y pon. ¡Pum! Me atizo en el muslo. Me estoy pasando. Acabo de llegar al gimnasio y ya me estoy convirtiendo en la vieja del visillo. Se me ha conectado el modo criticona de barrio. ¡Chonaca máxima! ¿Vale? ¡Ah, espera, que a pin y pon les faltaba pen! Y la llamo pen porque es más delgada que un bolígrafo. Capto un par de codazos entre ellas y respiro hondamente para controlar el ponerme a berrear cual vaca en mitad del pasto.

¡Tengo que huir de allí! Suspiro y empujo la puerta para salir al pasillo. Los treinta metros que hay desde los vestuarios hasta la sala de fitness se me hacen interminables, de hecho ya estoy sudando y podría volver y meterme directamente en la ducha. Me convenzo del objetivo y sigo caminando.

No he aceptado este contrato por la ropa. No he dicho que sí al artículo en el blog por recibir regalos. He usado de excusa el ofrecimiento para volver a algo que en su momento me gustó. Correr. Ahora, con el estrés de las niñas, corro de otra manera, pero no sobre una cinta, o en una elíptica o en la calle, corro de un lado a otro haciendo mil tareas. Me los debo. Me debo esos ratos de desconexión de todo, de reconexión con mi cuerpo, de desahogo físico más allá del sexo. Necesito hacer ejercicio, darle vidilla a mi patatilla.

Elijo la cinta. Para empezar está bien. Creo. Las piernas me tiemblan, siento las miradas de todos en mi cuerpo. Es lógico, yo también lo haría. A mi derecha hay un ancianito adorable que después de mirarme las tetas (¡gracias, dos embarazos, por servir de algo!) ha continuado con su marcha atlética a una velocidad de tres kilómetros por hora. A mi izquierda una rubia de pelo corto corre cual perra de satán. Me decido a que no voy a ser menos.

Comienzo mi andadura con una velocidad media de ocho kilómetros por hora y voy lanzando miradas oblicuas a mi compañera para alcanzar a vislumbrar cuál es su promedio. La muy maquinote corre con una media de doce kilómetros por hora. Como me ponga a esa velocidad salgo disparada contra la pared del fondo y me hago picadillo. Intento eliminar de mi mente mis actuaciones heroicas y me concentro en mantener el ritmo.

Al cuarto de hora, cuando rompo a sudar, me siento divinamente. El mono dichosamente horrible a la vista es cómodo de la hostia. Siento en mis piernas una compresión suave que masajea mis muslos dándome hasta gustete en ciertas partes. Me vengo arriba. Me miro en el espejo que hay al frente y me siento sexi, aun estando sudada, gorda y más roja que un tomate. Y no lo puedo evitar, como es obvio, la miro. Mi compañera de línea de cinta no suda, mantiene el color facial natural y respira sin parecer que la están asfixiando con una bolsa de la compra. La envidio, a ella y a sus piernas perfectas.

A los veinte minutos estoy que me muero y, por mi bienestar físico, psíquico y moral, tomo la decisión de detenerme, no en seco, pero sí iniciar el enfriamiento. Caminar me hace mucho bien, sobre todo a mi respiración de beatbox que poco a poco se va convirtiendo en un dulce vals.

Bajo de la cinta y camino a lo Michael Jackson hasta el pasillo. Voy en una nube. Las piernas me hacen cosas raras y presiento que los tobillos se me van a quebrantar tirándome al suelo en plan reina del drama. Tela para pasar la mopa llevo adherida al cuerpo, así que no problem.

En el pasillo me entra una tos infernal que intento aplacar con un par de tragos de agua. Para entonces he atraído la mirada de una madre que le pone la chaqueta a su hijo que acaba de salir de clases de piscina. La mujer es alta, delgaducha con el pelo largo castaño y tiene un toque triste en la mirada que no contrasta para nada con su permanente sonrisa. Siento una punzada en el estómago. ¿La conozco? Instintivamente levanto la mano en modo de saludo y ella estira todavía más los labios. La educación que nunca falte.

Sobrepuesta al ataque de tos, enfilo camino dirección a los vestuarios. Al pasar por la puerta de la sala de actividades me es imposible no echar la mirada dentro. Me encaramo al ojo de pez y le busco. Mi hombre. Le encuentro. Les encuentro. ¡Serán cabronas! Me pongo loquísima del potorro. Las pin y pon están una a cada lado de Tony. ¡Y él sonríe! Y la pen detrás, sin perder de vista el macizo culo de mi chico. La mano se me va hasta el pomo y estoy a punto de abrir y entrar cual vendaval para mear desde la cabeza a los pies a mi marido, por aquello de dejar bien clarito dónde se encuentra mi territorio. Me contengo. Yo no soy así. Nunca he sido celosa, siempre he estado completamente convencida de que él me respeta, de que para él soy su universo, de que no necesita a ninguna más que a mí para ser completamente feliz. Hago balance y me posiciono en el lugar de ellas. Las comprendo. Mi marido está de toma pan y moja. ¿Qué chica en su sano juicio no querría estar a su ladito oliendo sus feromonas? Sonrío, es mío, mi tesoro.

Necesito una ducha, ya no sólo estoy mojada por el sudor. Dos metros más allá escucho a mis espaldas una canción muy conocida. ♫En un país multicolor♫. No necesito más para saber que la cantan por mí. La curiosidad me puede. ¡Bingo! La bicho palo y la piernas están juntitas y me miran. Las muy putas no disimulan. Guardo el hacha de guerra, si me pusiera en serio me las merendaba. En fin… para qué gastar saliva.

En la ducha mi trabajo como escritora da comienzo y las frases empiezan a sucederse una tras otra en mi mente. No ha estado mal para ser el primer día. ¡Qué coño, ha sido la hostia! Incluso cuando ya noto las agujetas de color de rosa en mis piernas. El running ha molado, pero el siguiente objetivo será una clase de zumba, que mi culo de negra zumbona y estos monos tan apañaos se lo merecen.

¡A zumbar como las moscas cojoneras!

domingo, 8 de febrero de 2015

¡Sábado, sabadete!


¡Uff! Noto que se me va el cacahuete,
pero es que hoy es... ¡Sábado, sabadete!
Y ya se sabe, ¡todas a por el paquete!

¡Joder! Hablo de montar como una jinete.
Empiezo a delirar como un viejete.
Iré a ponerme en los dedos un grillete.

Déjame recordarte que hoy es... ¡Sábado, sabadete!
*Guiño, guiño* ¡Afortunado el que la mete!
¡Y más si es por el ojete!

¡Oh mi Diosa! Estoy loca del coñete.
Mejor será irme a tomar por saquete,
allí donde no hay más que un mísero billete.

Por si no te has dado cuenta hoy es... ¡Siete!
¡Siete, mi número de la suerte y sábado, sabadete!
Veremos si consigo aunque sea un rollete,
de esos que te invitan a un sorbete,
y con los que te das un buen filete.

Menudo churrete,
que termino en un periquete,
cantando un soniquete,
en un más que desafinado falsete.

Taparé mi boca con un chupete,
me dirigiré a la ducha como un cohete,
y después me pondré algún colorete,
porque hoy salgo y es... ¡sábado, sabadete!

jueves, 22 de enero de 2015

Los ratones presumidos

Érase una vez un par de ratones de la familia Logitech a los que se les estropeó el botón central. FIN.

No sé qué maldición gitana me han echado para que en menos de dos años, en los dos casos, el botón central del ratón deje de funcionar correctamente. ¿Será por la diatriba que dice que todo aquel producto electrónico se estropea una vez que se cumple su periodo de garantía? No sé muy bien si será por eso, sólo sé que en el caso de los dos ratones Logitech que tengo ni siquiera he llegado a la fecha dictaminada por el fabricante como fecha de “caducidad”.

La verdad es que la primera vez dije: “Ea, démosles a estos de Logitech una segunda oportunidad”. Pero es que esa segunda oportunidad no ha sido ni mucho menos mejor que la anterior. Y oye, puestos a jugar con mis dineros, tengo otras maneras más interesantes de invertirlos estúpidamente, como comprando unas empanadillas de patatas y beicon estando a dieta, o adquiriendo una camiseta que nunca me pondré porque me viene muy ajustada pero pienso que algún día me quedará de lujo… claro, el día que deje de comer empanadillas y adelgace. En fin… el ciclo sin fin. Puedo dejarme otros 10€ en cualquier cosa menos en un ratón de esa marca.

Así que me pregunto si seriáis tan amables de darme alternativas 3B (bueno, bonito y barato) de marcas de ratón con conexión USB. Y ya puestos si me decís qué características deben tener para que no me maten tanto en el puto CoD os lo agradeceré. Esperad, esta última parte no hace falta que la respondáis porque realmente sé que lo que necesito es un ratón con alta velocidad de dpi y eso no soluciona que mis 3 megas de Movistar sean insuficientes para disfrutar de una partida decente, y por decente me refiero a sin que me maten antes de yo poder ver ni siquiera al enemigo y después comprobar en la cámara de muerte que el enemigo ha tenido tiempo de divisarme, tomarse un café, leerse una novela, sacar el arma, apuntarme y disparar una sola bala para dejarme fuera de juego.

De momento seguiré peleando con este par de ratones negritos que, puestos a reírnos del mal humor que me producen, dejaré criando a ver si de dos malos me sale uno bueno, sino lo siguiente será que pasen a criar malvas.

¡Copulad malditos!

martes, 20 de enero de 2015

Se pierden

Si hay algo que me ha quedado claro hoy es que las púas de las guitarras se pierden. Sí, se pierden. Se ve que son como los calcetines desparejados o las horquillas del pelo. Se extravían y nunca aparecen. Son casos sin resolver, sucesos que proponer a Iker Jiménez para su programa.
Fotakah toh reshulona de las púas de mi shurmana

Estoy tan convencida de que las púas de las guitarras se pierden porque a falta de una opinión me han dado cuatro en menos de tres segundos. De cuatro personas diferentes. Una detrás de otra como mazazos sobre mi cabeza al más puro estilo Guaca Mole. 

Por si no sabéis a qué me refiero
La cuestión es que volvía del centro de hacer unas compras junto a mi hermana cuando mi sister se ha acordado de que no tenía púas. “Pero si tenías una bolsa llena”, le digo. “Sí, pero se me han perdido”, me contesta ella. “¿Cómo se te van a perder?”, le replico. “Se pierden”, me ataja. La cosa se queda de momento ahí, sin más ni menos. 

Entramos en la tienda de música Bosco de la calle Cádiz y un dependiente, un chico joven con look rockero, nos atiende. “Mira, querría unas púas blandas para una guitarra acústica. Cuando compré la guitarra aquí me las regalasteis. No sé la dureza, sé que eran grises”, relata mi hermana con soltura. Yo observo y disfruto del sonido de una guitarra eléctrica que llega del fondo de la tienda. El dependiente intenta hablar por encima de las notas musicales y adoctrina a mi hermana sobre las diferentes durezas de las púas. Mientras el chico saca las púas de una caja de plástico con diferentes compartimentos donde las tiene ordenadas, otro dependiente y otro cliente se colocan a nuestro lado en el mostrador. Es entonces cuando yo, la experta en música, hago aparición en escena. 

—No lo entiendo, ¿cómo se van a perder las púas? En algún lugar estarán, ¿no?

Y ¡atención!, lo siguiente ocurre en tres segundos, os lo juro.

—A mí se me pierden —dice mi hermana.

—Se pierden —suelta el dependiente que nos atiende.

—Inexplicablemente se pierden —lanza el otro dependiente.

—Y tanto que se pierden —corrobora el cliente.

Intentando escapar de los mazazos que me han ido cayendo uno tras otro sobre la cabeza, agacho la mirada y confirmo:

—OK, se pierden.

A todos se nos escapa una sonrisa de los labios, a ellos por experiencias compartidas, a mí por quedar como una gilipollas y recibir mi merecido.

Por muchas más púas que se te pierdan, hermana. Que la música siga llenándote el corazón y que la música que generas siga llegando a mis oídos.

¡Viva la música!

¡Vivan las guitarras!

¡DEP por las púas perdidas!

miércoles, 3 de diciembre de 2014

The One That I Want – El post

El único al que quiero

En cuanto me levanto de la cama aparece esa sensación. Da igual todo, tengo que conectar con él. Me atavío adecuadamente, agarro mi tabla de surf y me adentro en el mar. Ahora sí que soy feliz. En el agua me siento libre, nada importa, nada tira de mí. Me sumerjo, siento la presión del agua que me abraza, me energizo. Cientos de descargas eléctricas golpean mi espalda, esta soy yo, esta es mi vida.

Sentada en la tabla desvío la mirada hacia casa. Desde la terraza de la habitación el amor de mi vida me observa. Ya está listo para marcharse. Va vestido con uno de sus trajes azul grisáceos y una camisa blanca a medio abrochar. Está bello, imponente, deslumbrante. Sus claros iris azul cielo se están despidiendo. Necesito tocarle.

Con un impulso subo a la tabla y encaro la ola que se acerca. Sin mucho esfuerzo me pongo de pie y con mi gran equilibrio desafío a la ola de cinco metros en la que estoy montada. El viento azota con ferocidad mi cabello y mi cara queda perlada de agua salada. Zigzagueo surcando la ola sin desviar un ápice mis ojos de él. Su mirada es triste, algo no va bien. Me parece atisbar que en la mano mantiene un sobre. El misterio me carcome. 

Llego a la orilla y corro con mi tabla hacia la casa. Al llegar a la valla que separa el jardín de la playa le observo dejar algo sobre la mesa y dar media vuelta listo para marcharse. No le grito, sólo le suplico con la mirada que me espere. No lo hace.

Rodeo la valla y entro en la parcela de la casa a través del puente de madera. Ya en el jardín le busco en el interior del hogar. No me creo que se haya marchado sin despedirse, no es típico de él. Me quito el traje de neopreno y escucho una puerta cerrarse en el porche. Subo a la habitación en busca del albornoz, no quiero salir en ropa interior al exterior, me lo pongo y echo a correr hacia el ventanal. Ni siquiera llego a verle, el coche conducido por nuestro chófer se aleja por el camino de tierra.

No lo entiendo, no sé qué he hecho mal, qué puede estar pasando. Apoyo mi cabeza en el frío ventanal y acaricio el impasible vidrio con mi mano. 

Abajo se escuchan pasos y voces. Es mi hija con la cuidadora. La pequeña parece lista para ir al colegio. Una sonrisa se escapa de mis labios. La alegría de mis días pronuncia mi nombre. Desde la planta de abajo salta y me reclama. No puedo resistirme. Bajo y la abrazo. No puedo dejar de sonreír. Ella es la razón de mi existir. 

Mientras abrazo a mi hija me percato de la hoja que descansa sobre el florero de una mesita. En el folio doblado por la mitad reza el mensaje: “Desde el corazón debo ser sincero”. Es extraño. Es desconcertante. Es terrorífico. Con la niña delante no puedo darle mayor importancia, ella no merece preocuparse.

En la habitación me ayuda a arreglarme. Jugamos con el perfume. Sonreímos. Gritamos. Nos amamos. Me observa maquillarme sin pestañear. Me admira.

Nuestra hora llega. Ella se marcha al colegio y yo a mi sesión de fotos. No es el mejor día para sonreír, pero lo hago. Porque soy profesional, porque se lo debo a la gente que confía en mí, porque me lo debo a mí misma. 

Entre descansos no consigo encontrar el momento de leer la carta. No soy capaz. No quiero saber su contenido. Tengo miedo. Pero lo hago, porque soy fuerte, porque saco valor. El contenido de la carta me alcanza de manera sorprendente. Algo en mí se despierta. Ya nada importa. Solo él.

Tras una mirada de disculpa con el fotógrafo huyo. Huyo de la sesión, huyo de los miedos, me aferro a mí. Tengo que perseguirle, tengo que encontrarle. Conduzco con lágrimas en los ojos. Quiero llegar a tiempo, quiero no decepcionarle. Quiero recuperarle.

Sin mucho esfuerzo entro en el local donde sé que él se encuentra. Siendo quien soy no me cuesta conseguir mi propósito. En el interior del salón suena música en directo. Un violín. Una dulce voz. Desde la platea le detecto. Está en nuestro palco. 

Me planto frente a él. No hace falta nada más que una mirada para que me comprenda. Para que me perdone. Para que conectemos. Nos abrazamos. Nos besamos. Mi corazón está con él. Sólo le necesito a él.
¿Qué te iba a decir...? ¡Ah, sí! Oye, baby, ¿me miras a los ojos o qué?
Moraleja

Porque no somos Gisele Bündchen, porque no tenemos esa mansión, porque no conducimos ese coche, porque no vestimos esas ropas, porque no podemos permitirnos esos lujos. Pero hostias, sí podemos gastarnos más de cincuenta pavos en esa colonia que nos hará sentirnos así, que nos llevará al sueño idílico de vivir “esa” historia de amor. Venga, vamos, no me jodas. ¿En serio? ¿Tan gilipollas me crees?

Estoy cansada de estos anuncios, de la estrategia publicitaria que te vende que si te compras “eso que se anuncia” serás “como el/ la que sale en el anuncio”. ¿En esta vida sólo importa el estatus? ¿Tanto tienes, tanto vales? No. Me niego a ser así. Prefiero ser como soy, porque ¿acaso un perfume, un coche o una joya me van a cambiar? Pues no lo creo. No soy tan superficial.

La historia de más arriba está inspirada en la nueva publicidad de CHANEL N°5 que han titulado “The One That I Want - The Film”. Aquí os dejo el vídeo por si queréis verlo.



Cinematográficamente hablando me ha encantado el anuncio, me parece un corto bonito de ver, pero que nos vende la moto como en todas las películas románticas. “Ay pobre de mí, qué desgraciaica yo soy teniéndolo to, pero al final para casa me lo llevo y encima está bueno de morirse y tú no lo tienes, ja, ja, ja”. ¡Vete a la mierda, hombre! Que la vida real no es así, que esos hombres están escondidos en algún lado bien lejos de mí.

Si veis el vídeo la música os llegará bien adentro. Si no sois de las personas con buen oído os costará reconocer el tema. Pero, ¿si os digo que en la original él lleva tupé y ella un cardado, ambos vestidos de negro y cantan la canción en una feria? ¿Ya? ¿Os suena Grease?

¿Qué te pasa, cariño, te duelen las costillitas?
La versión de Lo-Fang de "You're The One That I Want" es estupenda y cuantas más veces la escuchas más te gusta.

martes, 2 de diciembre de 2014

Necesito explotar

Mientras mi alma llora, mis labios se arquean hacia abajo.
El último capítulo de The Walking Dead me ha dejado un poco con el estómago revuelto. Ha sucedido uno de esos momentos cinematográficos que te afectan en el instante en el que te metes en el personaje y piensas qué sentirías si estuvieras en su situación. ¡Pim, pam, pum! ¡Directo al corazón!

Casi lloro. A un pelo he estado de explotar.

Estoy sensible. Hoy ha sido un día intenso y llevo encima toneladas de contención. Soy de esas que sufren shock de frialdad, me escudo tras una máscara de impasibilidad que no escojo y simulo estar aliena a los sentimientos que me rodean, pero en cuanto veo un hueco de libertad exploto.

Ver a personas que estimas sufrir no es nada agradable. Abrazarles y sentir sus corazones abatidos y heridos mata por dentro. Observar sus lágrimas resbalar por las mejillas es torturador. No puedes hacer nada para aliviar su sufrimiento. Sólo puedes mostrar tu apoyo. Y tú estás ahí, congelada, sin inmutarte, hasta sonriendo porque tu sistema neurológico debe tener un defecto.

Hoy no estoy bien. Mi humor no está equilibrado. Necesito explotar. 

lunes, 1 de diciembre de 2014

¡¿Vigoréxica yo?!

Hoy un amigo me ha llamado vigoréxica porque le he dicho que me iba al gym. Es cierto que voy al gym todos los días, o todos los que puedo, pero porque me gusta y me desahoga hacer deporte y más ahora que no tengo trabajo y me tiro bastante parte del día en casa. Salir, quemar grasas, relacionarme y cuidarme me hace mucho bien. Más de lo que os podéis imaginar.

Aun así no considero que tenga vigorexia. La vigorexia no está reconocida como una enfermedad, pero se trata de un trastorno o desorden emocional donde las características físicas las percibes de manera distorsionada, algo parecido a lo que pasa con la anorexia. Siempre te encuentras con falta de tonificación en la musculatura, o en sí carencia de masa muscular, lo que te lleva a realizar ejercicio físico de manera obsesiva compulsiva, sobre todo pesas. Esta manera continuada de trabajar te lleva a ganar una masa muscular desproporcionada con tu cuerpo, nada acorde con tu talla y contextura física.

Quien me ha visto en persona sabe que para nada tengo vigorexia, de hecho soy bien feliz con mis mollitas, aunque desee con todas mis fuerzas que se volatilicen, para qué mentir. Me gusta el deporte, me activa, me inspira y me hace feliz. Así de simple. Así que mientras no tenga otra cosa mejor que hacer, como trabajar, pues puedo permitirme echar dos horas en el gym, o las que me apetezcan, qué coño.

Y ya que hablo del gym, pues os contaré lo que ha pasado hoy más o menos. En resumen: me he partido de risa, literalmente, en Body Combat. En un momento de tensión en el que la concentración y el control corporal son esenciales, en mitad de la postura de la grulla, las pavas de mis compañeras me han hecho reír. He tenido que bajar la pierna al suelo y encogerme del dolor abdominal causado por la risa.
 
Ponte a hacer la grulla mientras te tronchas por la mitad del descojone
Cris, una corredora empedernida más rauda y veloz que una gacela, me ha hecho ojitos para que desviara mi atención. A su lado la patitas finas y libres de celulitis de Eva intentaba alzar la pierna sin éxito, la cadera se le había encajado y le indicaba que se iba a mover su tía. Y ahí estaba Eva haciendo fuerza para levantar la pierna y la pierna más quieta que una estatua, mientras Cris sonreía maliciosamente dando pataditas de futbolista porque la risa no le permitía más. Ponte de esa guisa a mantener el equilibrio y a imitar a un ninja. No way!

Y dices, ¿cómo puede ser que cuatro minutos después Eva estuviera dando patadas voladoras y levantando la pierna hasta casi tocar el techo? Porque joder, la tía llevaba la pierna mucho más arriba de su cabeza, rozaba el cristal (somos las empollonas de la clase, siempre en primera fila) y si se lo proponía llegaba a arrearle una buena leñe en el culo a Cris.

La parejita de Combat son la caña. No paran. Ni siquiera en los descansos para beber se callaban. Mientras yo respiraba entre resuellos e intentaba recuperar líquidos escuchaba de lejos decir a Cris: “Qué envidia de piernas, macho”. A lo que Eva le reprochaba: “Te podrás quejar, guapa”. Y Cris atacaba de nuevo: “Ahí te entre una de celulitis de la hostia”. Así son ellas, con insultos, con abrazos, con selfies, con vendas en las manos y piernas de infarto.

¡Ay, María, sigue soñando, que ni sufriendo vigorexia tendrías unas piernas así!